Carta sin hojas para una mujer (De un escrito de hace cinco años)
Esto de mirarte por horas y no tocarte no me está gustando. Este limbo
frío y solitario en el que permanezco está acabando conmigo poco a poco y
no sé que hacer. Estar en esta dimensión es peor que permanecer en una
cárcel. Me siento como una nube encerrada en un mundo sin rejas, donde
el ambiente es más liviano que el aire, pero que me provoca una angustia
de piedras.
Soy un soplo helado cerca de ti, y aunque esté tan cerca y puedo ver tus
hermosos ojos brillar, no consigo encontrar el calor de tu cuerpo.
Pensándolo bien, concluyo que no estoy en el paraíso. -En el paraíso
estuve sin saberlo-, cuando en tus pechos cálidos encontraba tu aroma
azul, ese olor que se iba directo a mi alma pasando por los instintos
más animales que poseía. Ahí, en tus senos, es en donde quisiera estar. Y
no aquí. Tan cerca pero tan lejos como dicen algunos...
El estar aquí y que no me mires me parte el alma y experimento la
sensación real de que no circule ahora sangre por mis venas, como cuando
llegué mojándome a las 3 de la mañana a que me dieras el tiro de
gracia.
La sonrisa que le regalas a otras personas aumenta la sensación de vacío
en el vientre que en realidad no tengo, y produce los mismos celos
elementales que sentía antes, porque no soportaba, en silencio, que
alguien me “robara” la facultad de hacerte feliz... necedad por la cual,
estúpidamente, lamenté alguna vez no ser Superman y tal vez no tener
alas.
Quiero que de nuevo me hables, me escribas al celular, que me beses...
Cuando me tocó estar separado de ti, en el cuarto, en la ciudad o cerca
de la muerte pensaba que era lo peor. Ahora sé que es peor verte y que
no me prestes atención; ahora no puedo hacer nada, la impotencia
también es mi enemiga en este momento.
Quiero abrazarte, tenerte, y decirte lo mucho que te amo. Al tiempo que
pienso que me siento satisfecho porque cuando pude te lo dije... te lo
dije muchas veces y hasta el día de hoy pienso que creíste en mí.
También me demostraste que me amabas, y para mi felicidad pienso que de
hecho fuiste mía y yo tuyo, y que nos amamos sin reserva hasta donde se
pudo.
Hice lo correcto, tú eres el amor de vida y eso no va a cambiar, será
así... Lástima que en el momento no te lo pueda transmitir, me lo impide
esta realidad, porque no me escuchas, no te puedo besar y tu tampoco.
Siento como si estuvieras ciega, y por si fuera poco el frío me está
matando nuevamente. Siento mucho frío, y el frío me deprime. Aunque tus
modos ajenos a mí me duelen más.
A veces lloro en silencio y derramo las lágrimas que no tengo, porque
ahora todo es tan diferente que ni me puedo desahogar llorando. Pero eso
sí, sigo aquí detrás de ti buscándote, a donde vayas ahí estaré,
buscando el mejor ángulo para verte sin advertirme. Te acompañaré aunque
lleguen los días en que ya no sea nada para ti. Te seguiré amando pese a
seguir siendo, quién sabe por cuanto tiempo más, el mismo pensamiento
errante en el que el azar me convirtió el día en que me morí.
El día que me mataron no tenía la menor idea de que esto me pasaría, lo
cual, vengo a saber ahora, es algo común entre las personas que hemos
tenido la misma suerte.
La historia la sabes casi toda:
Salí muy temprano a la imprenta para ver lo de una publicación especial
para ti: tu libro, tu novela. En el camino fui víctima del absurdo azar.
Personas que se enfrentan y dicen pelear por personas como nosotros,
resultaron matándome. ¿Quiénes fueron? Todos saben pero no lo saben.
Al doblar la esquina de la casa, un fuerte golpe en la boca del
estomago, me quito el aire y fui a parar dentro de un camioneta. No era
el único. Yo era la compañía de otros tres golpeados y atados de manos.
Por sus rostros sudaban a miedo y muerte.
El camino no lo recuerdo, ya que el tiempo se convirtió en verdugo y mi
sentido de orientación perdió su funcionalidad. Uno supone que la
oscuridad se acerca. Hombres completamente vestidos de negro y
apuntándonos con armas cortas nos gritaban que bajáramos la vista.
Cuando pisamos tierra, me pusieron un pañuelo con el que vendaron mi
cara, esa fue la última vez que ví con vida algo, pero antes sequé mi
sudor. Estaba helado. Se apoderó de mi un frío de terror, desde ese
momento sentí mucho miedo, pero no tanto como el que me esperaba y
siento ahora. Comencé a sudar y contrario a los demás que reventaron en
lloriqueos, estuve atónito, mudo, con el estomago muerto. El terror no
me había hecho entender que estaba en muy serios problemas.
El “comandante” llegó minutos después, escoltado por varias camionetas
que irrumpieron en el lugar con un ronroneo abrasador. Nos hicieron
comparecer uno por uno ante él. Yo fui el primero. Me preguntaron
pormenores de las demás personas, y le expliqué que no sabía nada de
ellas; pero el “comandante” después de advertirme que no tratara de
salvar a mi “amigo” y que no ocultara nada de lo que supuestamente sabía
de los otros, notificó mi destino en el tono más grave, aterrador y
cruel que recuerdo haber escuchado en vida.
—Están en problemas y los vamos a chingar.
El miedo de esas palabras me hizo creer que me estaba mirando fijamente, creencia que segundos después afirme por estos gritos:
—Además esto es consecuencia de los escritos que haz publicado en ese
periodiquillo. ¡Mira que criticar a tu propio gobierno! El problema no
es que la gente te lea... ¡¡¡Casi nadie lee!!!. Sino el eco que se
empieza a hacer y que cuestiona a la poca gente que piensa. Así
comienzan algunas revoluciones, lo malo para el que las genera, es que
no ve ni goza en vida de esos resultados.
Su disposición para matarnos salió como una neblina de alcantarilla que
penetró en mi ser hasta la fibra más profunda de mis pensamientos. Una
gota de sudor helado salió de mi frente y rodó hasta donde pudo por mi
cuerpo, tuve que apretar en no sé que parte para no orinarme, y reventé
en un llanto suave, apretándome los dientes hasta que me sentaron de
nuevo en la parte trasera de una camioneta.
Y ahí, hecho un manojo de miedo, indefenso y amarrado con la mente
puesta en mi muerte, tus recuerdos llegaron como ráfagas, como flachazos
de un fotógrafo desconocido. Es indescriptible la angustia y lo que
diga sobre mi amor por ti y lo que sentía en ese momento es
insuficiente, además de desnudar mi incapacidad de describir con
palabras sentimientos tan fuertes, tan vivos y únicos.
Lo que vino después fue el proceso de calmarnos. Nos dijeron que fue una
equivocación y que regresaríamos a nuestras casas sin problemas. Aunque
nos mantenían vendados, según ellos para que no los reconociéramos y
evitar futuros problemas. En el viaje de regreso decían que no podíamos
decir nada de lo que había pasado, que nada de denuncias, que nos
mantuviéramos al margen de cualquier acción contraria a ellos, que
olvidáramos lo que pasó y que el que hablara se atenía a las
consecuencias...
En esas estaban, cuando sentí el disparo.
Debí ser el primero porque no recuerdo haber escuchado más.
Entró en mi cabeza y sentí un fino hilo de calor en la abertura que
produjo, precedido por un tremendo ruido seco dentro de mi cabeza que
supongo ha de ver sido cuando la bala rompió el hueso de mi cráneo. Debo
decir, que después, lentamente mi conciencia se fue enfriando al compás
de las imágenes de mi vida... en las que nunca faltaste Mujer. De esta
manera entré a este mundo frío en el que estoy.
Yo no sé que más va a pasar. Aquí la gente es amable y estamos más cerca
de ustedes los vivos de lo que se imaginan, más cerca de lo que uno
mismo se imaginó cuando era uno de ustedes. Aquí esta tu abuela Cucha, y
un pequeño Angel con cara de niña que carga en sus brazos y pregunta
por ti. No sé bien, pero aquí estamos todos como esperando algo, no sé
qué exactamente, pero tengo miedo -que puedo soportar gracias a este
angelito-, porque no se qué más pueda pasar. El hecho en sí de verte y
no tenerte hace que me siga muriendo aún después de muerto. No se en que
cosas de la razón me equivoqué, y eso hace más vivida mi real muerte. A
veces me da risa, que te da frío o escalofríos cuando me acerco, como
en las películas.
Para "salirte", tengo que hacer un curso intensivo de dos meses y ya me
inscribí. Tengo ganas de hablarte y contarte un poco de cosas que nos
preguntábamos cuando estaba allá, porque aquí a uno le resuelven las
dudas, esa es una de las pocas cosas que me gustan de estar aquí...
Quiero decirte, por ejemplo, que la respuesta a si alguien sentía el
amor como nosotros es NO. La gente se quiere bastante, pero no en la
forma en que nosotros nos amamos. Aunque ya me dijeron que en el curso
le indican a uno que no compartamos este tipo de informaciones. Sin
embargo yo no creo que vaya a cumplir con eso.
Voy a terminar ese curso porque te quiero decir lo que pienso... que me
compraré un cometa y tal vez así te extrañe menos; que construiré un
cielo para cuando vengas acá y que te extraño con todas las fuerzas de
mi alma, incluso después de muerto.
PD: Es más fácil y trascendente llorar frente a las hojas de un libro, que con un disco duro.